IBRAHIM, YOSIP
Sé que muchos pensarán que miento, y me expongo al más acerbo ridículo ante el concepto adocenado de aquellos que, siguiendo la corriente del pensamiento común de las gentes "serias", no se atreven a hablar en público de asuntos que, todavía, no han sido comprobados científicamente por ese conjunto muy respetable de sabios de la Tierra que -igual a sus colegas de antaño- sólo aceptan los fenómenos producidos por ellos mismos en sus propios laboratorios y dentro de sus propios métodos o sistemas de investigación. Pero al escribir estas líneas, por extrañas que resulten a todos ellos, me limito a cumplir la promesa empeñada a un hombre al que me unió la más estrecha y fraterna amistad; un hombre cuya sinceridad y corrección de conducta pude apreciar desde los días lejanos del colegio, quien me narró los hechos a que voy a referirme, dándome pruebas irrefutables de su veracidad, antes de abandonar este planeta para ir a vivir en otro lejano astro de nuestro sistema solar. Ya no me importa la risa burlona de muchos, ni la piadosa idea de quienes piensen que he perdido la razón. Cumplo la palabra dada al hombre que fue para mí un hermano, y declaro, con todo valor ante el escarnio, que los hechos extraordinarios motivo de esta narración no han sido fruto de una mente alucinada, ni producto de una fantasía de escritor, sino la realidad cruda y tangible, asombrosa es cierto, pero vivida conscientemente por un hombre de esta Tierra que hoy se encuentra, muy lejos, en el Cosmos?